Después de tanto
tiempo de estar triste, de una tristeza que no se deja ayudar y va mutando a
diferentes formas: intolerancia, soledad, amargura; creés normal pasar los
fines de semana encerrada, mirando el techo. Sintiendo cómo lo que fuiste, lo que
proyectabas ser, se te escapa de las manos, se vuelve inaccesible y confuso. Y ni
siquiera querés detener el tiempo para que no se aleje más.
Ya no pensás en
quien murió ni en los que quedaron, porque ahora, quien murió por dentro, sos vos:
murieron la curiosidad, las ganas de aprender, el interés en uno mismo y en los
demás. Y duele, duele de verdad, explota en el pecho, consume el aire esa nada
que se instaló en el cuerpo, en la mente, en el deseo.
Y aunque
quisieras hablar al respecto, hacer un poco menos tuyo y más de nadie ese
sentimiento insoportable, no sabés cómo explicarlo sin estallar en lágrimas,
sin demostrar que estás muerta de miedo y perdida. Te avergüenza haber llegado
a este estado y en silencio. Entonces te escondés, te tragás las palabras y esforzás
en que no se note, evitás que invadan tu mundito interior injustificable, el
castillo de cartas construido sobre arena en el que te refugiás y que, ante el primer
viento, se derrumba y tenés que reconstruir nuevamente, sin fundamentos y sola.
Y sentís bronca
contra vos misma por callar, por sufrir y aun así no cambiar, por no intentarlo, por no tener el valor ni las ganas, por no buscar ayuda o motivos.
Bronca porque esto lo elegiste, porque es tu culpa y de nadie más. Bronca porque
ya no importe.
Te hartás del
fin de semana, de tu soledad y el muro de hielo infranqueable que te rodea. Y únicamente
querés que llegue el lunes, volver al mundo exterior, al trabajo urgente, te
conformás con, aunque sea un rato, sólo pensar en vigas de acero y hormigón, el
mejor momento del día es ese; y vas a llorar por la noche, como todas las
noches, pero no importa porque pasado mañana es martes, vas a volver al trabajo,
a pensar en acero y hormigón…
Todo es oscuro
aquí, escribo intentando aclararme, buscando una salida porque lo de adentro
aterra más que lo de afuera.
Así es como se
siente hoy, ayer y quizás mañana… igual, ya no importa.